Priscilla vestía un lindo traje de dos piezas, luciendo como si fuera una ejecutiva de rango, sacada de una película gringa, adornada con elegantes anteojos que resaltaban una mirada intelectual, y un rígido peinado que permitía que ningún pelo estuviera en algún lugar inadecuado.

“Me encanta planificar mi vida, me encanta saber qué voy a hacer, cuándo lo voy a hacer, cómo y quizás con quién. Sólo así me siento viva”. “Y cuál entonces sería tu problema”, le pregunté. Y ella me cometa que “siento un cansancio tremendo de todo”.

Priscilla había sido una maravillosa hija, ejemplar en estudios, tanto en el colegio, como luego en la universidad. Siempre había sido referente para todo aquel que se cruzara en su camino, partiendo por sus papás, quienes, cada uno por separado, la podían llamar una vez por día para contarle lo que hacían y preguntarle cómo debían seguir, y Priscilla, muy pacientemente, y por años, había indicado aquello que debían hacer.

Y me manifestaba que ahora sentía ganas de no levantarse a veces por las mañanas, y que en las noches sentía como si un camión le hubiera pasado por encima.

“Alguna vez pensaste en ser sólo la hija de tus papás?”, le pregunté. Y ella me miró con cara muy extraña, para luego agregar que “ellos me necesitan”.

“Y tienes más hermanos?

Tres más, que son mayores

«Y ellos no pueden ayudar?

Ellos sólo les dieron dolores de cabeza cuando eran chicos.

Entonces tú sentiste que tenías que ser la salvadora, la Super Girl de tus papás, y transformarte en la hija perfecta, para compensar todas las preocupaciones que tus hermanos produjeron en tus papás. Acaso lo encuentras justo, para la más chica de todos, actuar como la más grande, incluso más grande que tus propios papás, que ellos llegaron a este mundo al menos 30 años antes que tú?”.

Entonces Priscilla se dio cuenta de dónde venía su tremendo cansancio, y en ese momento, sus ojos se humedecieron y lágrimas de cansancio ella comenzó a tener.

“Llora, llora por todos estos años. Llora por todo este cansancio, para que lo limpies y le permitas partir y salir”, la motivé. Y libremente lloró, por unos minutos.

Luego de ello, una gran sensación de liviandad sentía en su pecho, que se inflaba con cada respiración. Tocó su cabeza, y con sus dedos comenzó a mover su pelo, soltando toda esa rigidez que allí también tenía, hasta que su pelo se hizo largo y libre.

Hacía frio, era muy temprano en la mañana, tocaste la puerta, y entraste cubierto con todo el abrigo posible para evitar el frio. Y los colores del living te asombraron y te invitaron a dejar abrigo, bufanda, gorro al lado, para dejarte envolver por toda la gama de colores que adornan el living.

Nos fuimos a la consulta y me planteaste que deseabas trabajar los hombres de tu familia. Ya habían pasado casi 30 años del suicidio de tu padre. Y hoy, a tus 38 años, sentías que por fin había ocurrido tu resurrección interior, que por fin había luces de estar saliendo de la oscuridad subterránea, de las mazmorras que hasta ahora te habían acogido.

Claro que no las veías como un lugar de acogida, aunque tampoco como un castigo ni parecido. Sentías que por fin tu padre estaba alcanzando cierta paz. Y eso te había permitido a ti descubrirte, y comenzar tu verdadera conquista, tu verdadero desarrollo interior, desde la paz, desde la alegría, desde la autenticidad y desde la pasión de vivir el amor a ti mismo, a tu verdad, a lo que realmente eres, tal y como eres, sin juicio, sino desde el amor.
Entonces yo te hice una invitación, la invitación de encontrarte con tu padre, de decirle cuánto lo sigues amando, y que ahora puedes ver el costo que él pagó por la vida. Y que eso te permitía ver su tremenda grandeza, grandeza que hasta ahora no habías visto, grandeza que ahora te permitía ser sólo tú, el chiquitín, el pequeño. Ya podías dejar con él, con su grandeza, todo lo que es de él, y que habías estado cargando por él, sólo por ser un buen hijo. Pero que ahora ya podías darte cuenta que no era necesario cargarlo más, que no te quedaba bien, y que él podía hacerse cargo de lo suyo, que él es el grande y que cuenta con los recursos para ello.
Ahora sí el será tu papá, el grande, tal y como es. Y eso es lo que a tu papá le da esa tan merecida paz y tan merecido descanso. Ahora tú, siendo sólo tú, puedes girarte hacia la vida, mirar la vida y hacer algo lindo con la vida, para ti y para todos los que se te confíen.

Gracias por haber venido hasta acá y por regalarme la experiencia de conocerte.
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