Ayer recibí la visita de un hombre, contándome que su hijo menor, ya adolescente, no lo trataba bien y que desde chico había tenido ciertos roces con él. El objetivo de esta visita era pedir algún consejo para mejorar la relación con su hijo.

Empecé a indagar sobre cómo había sido la gestación de ese niño, si había pasado «alguna cosa» ya fuese durante la gestación o inmediatamente después de haber nacido. El me comentó que este hijo vino sorpresivamente, que se suponía que él y su pareja ya habían “cerrado la fábrica” y que además la situación económica no era a ideal para seguir teniendo hijos (ya tenían 3). Inclusive, una vez decididos en “cerrar la fábrica”, me confiesa, él pensaba que «por fin» recuperaría la dedicación de su esposa que hasta ese momento había estado en los 3 hijos. Con la conversación, este padre se dio cuenta que le costó aceptar la venida de este sorpresivo cuarto hijo, quizás, por alguna o por todas las razones anteriores. 

Luego le pregunté cómo fue la relación con su padre, comentó que sus hermanos habían captado la tensión de su padre y que él nunca sintió que su padre lo mirara suficientemente (sin ser un mal padre). Dándose cuenta que su hijo menor era un reflejo de sí mismo, además, la vivencia de su papá.

Trabajamos en una representación, tomando yo el papel de su hijo. Le motivé a decirle a su hijo (a mí) que aún con toda su vulnerabilidad de persona, él era su único y mejor papá, y que junto con su mamá le regalaron la vida. En ese momento de unión física, ambos dos, papá y mamá, dijeron que SÍ a su vida, y que en ese SÍ no hubo error, solo amor perfecto. Que siempre sería su papá, y siempre él ocuparía un lugar especial en su corazón.

Todo eso me lo dijo a mí, repitiendo cada frase que yo decía, y de esa forma se lo dijo también a su hijo. Este hombre, este papá, se fue muy tranquilo. Con una visión nueva de como papá, un papá más humano y transparente, pero ante todo un papá para su hijo menor.

Hacía frio, era muy temprano en la mañana, tocaste la puerta, y entraste cubierto con todo el abrigo posible para evitar el frio. Y los colores del living te asombraron y te invitaron a dejar abrigo, bufanda, gorro al lado, para dejarte envolver por toda la gama de colores que adornan el living.

Nos fuimos a la consulta y me planteaste que deseabas trabajar los hombres de tu familia. Ya habían pasado casi 30 años del suicidio de tu padre. Y hoy, a tus 38 años, sentías que por fin había ocurrido tu resurrección interior, que por fin había luces de estar saliendo de la oscuridad subterránea, de las mazmorras que hasta ahora te habían acogido.

Claro que no las veías como un lugar de acogida, aunque tampoco como un castigo ni parecido. Sentías que por fin tu padre estaba alcanzando cierta paz. Y eso te había permitido a ti descubrirte, y comenzar tu verdadera conquista, tu verdadero desarrollo interior, desde la paz, desde la alegría, desde la autenticidad y desde la pasión de vivir el amor a ti mismo, a tu verdad, a lo que realmente eres, tal y como eres, sin juicio, sino desde el amor.
Entonces yo te hice una invitación, la invitación de encontrarte con tu padre, de decirle cuánto lo sigues amando, y que ahora puedes ver el costo que él pagó por la vida. Y que eso te permitía ver su tremenda grandeza, grandeza que hasta ahora no habías visto, grandeza que ahora te permitía ser sólo tú, el chiquitín, el pequeño. Ya podías dejar con él, con su grandeza, todo lo que es de él, y que habías estado cargando por él, sólo por ser un buen hijo. Pero que ahora ya podías darte cuenta que no era necesario cargarlo más, que no te quedaba bien, y que él podía hacerse cargo de lo suyo, que él es el grande y que cuenta con los recursos para ello.
Ahora sí el será tu papá, el grande, tal y como es. Y eso es lo que a tu papá le da esa tan merecida paz y tan merecido descanso. Ahora tú, siendo sólo tú, puedes girarte hacia la vida, mirar la vida y hacer algo lindo con la vida, para ti y para todos los que se te confíen.

Gracias por haber venido hasta acá y por regalarme la experiencia de conocerte.
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