Cuando ya era la última hora del día y estabas seguro que nadie rondaría tu oficina para
preguntar o comentar alguna cosa, entonces era el momento de conectarse con este espacio y tener tu espacio para poder hacer ese camino de transformación que habías
deseado tantas veces.

Al preguntarte una primera vez cuál podría ser el tema que querías trabajar, fuiste tan amplio como “mi familia es mi gran tema, mi familia me ha dado problemas desde el inicio”. Lo que decías era cierto.

Cuando empezamos a ver tu árbol familiar, pudimos constatar que quizás tu padre no había sido el padre cariñoso, ni tampoco el padre orientador, sino más bien un padre muy
castigador y, en muchas ocasiones, el castigo parecía nunca tener un motivo concreto.

Habías vivido de castigo en castigo. Por otro lado, presenciaste muchas veces a este mismo padre que no solamente te castigaba ti, sino que también castigaba a tu madre. Cada vez que presenciabas eso te prometías, y exigías, que algún día serías capaz de
defenderla y de evitarle todo este sufrimiento al lado de tu padre.

Comenzó entonces a gestarse dentro de ti ese superhéroe, que nace desde la buena intención de ayudar, de salvar, de hacer justicia, de poder ayudar a quien lo necesita, en
este caso tu madre. Pero apenas tenías 10 años y era absolutamente imposible poder realizar tu cometido. Junto al nacimiento de este superhéroe, quedó en el olvido más
absoluto tu niño interior.

Recién ya de adulto, golpeaste mi puerta para pedir terapia, estabas al punto de no soportar más la persona de tu padre y tampoco de soportar la persona de tu madre, pues
estabas absolutamente desbordado.

Además, eras incapaz de llevar adelante algún proyecto de pareja. Los proyectos de pareja que habías intentado, o habías salido corriendo tú, o habías hecho todo lo imaginable para boicotear la relación, de modo que la otra persona dijera “basta, así no
continúo”.

Conversando entre nosotros, me planteaste si acaso valía la pena pensar en tener una
pareja Pues, tu intuición decía tener una pareja es someterme nuevamente aquella agresión vivida durante tu infancia, aquella violencia “que presencié en la persona de mi
madre”, de tu madre, y no querías repetir aquel patrón.

Aún no lo has solucionado. Sin embargo, ya eres capaz de darte cuenta que tú no eres una copia de tu padre, ni tampoco una copia de tu madre, y que no necesariamente fuiste
creado para repetir toda esa historia, la de cada uno, hasta ahí eso hoy ya te da algo de tranquilidad y te da la esperanza de que algún día vas a poder tener un poco más de claridad respecto a tu vida futura.

Hacía frio, era muy temprano en la mañana, tocaste la puerta, y entraste cubierto con todo el abrigo posible para evitar el frio. Y los colores del living te asombraron y te invitaron a dejar abrigo, bufanda, gorro al lado, para dejarte envolver por toda la gama de colores que adornan el living.

Nos fuimos a la consulta y me planteaste que deseabas trabajar los hombres de tu familia. Ya habían pasado casi 30 años del suicidio de tu padre. Y hoy, a tus 38 años, sentías que por fin había ocurrido tu resurrección interior, que por fin había luces de estar saliendo de la oscuridad subterránea, de las mazmorras que hasta ahora te habían acogido.

Claro que no las veías como un lugar de acogida, aunque tampoco como un castigo ni parecido. Sentías que por fin tu padre estaba alcanzando cierta paz. Y eso te había permitido a ti descubrirte, y comenzar tu verdadera conquista, tu verdadero desarrollo interior, desde la paz, desde la alegría, desde la autenticidad y desde la pasión de vivir el amor a ti mismo, a tu verdad, a lo que realmente eres, tal y como eres, sin juicio, sino desde el amor.
Entonces yo te hice una invitación, la invitación de encontrarte con tu padre, de decirle cuánto lo sigues amando, y que ahora puedes ver el costo que él pagó por la vida. Y que eso te permitía ver su tremenda grandeza, grandeza que hasta ahora no habías visto, grandeza que ahora te permitía ser sólo tú, el chiquitín, el pequeño. Ya podías dejar con él, con su grandeza, todo lo que es de él, y que habías estado cargando por él, sólo por ser un buen hijo. Pero que ahora ya podías darte cuenta que no era necesario cargarlo más, que no te quedaba bien, y que él podía hacerse cargo de lo suyo, que él es el grande y que cuenta con los recursos para ello.
Ahora sí el será tu papá, el grande, tal y como es. Y eso es lo que a tu papá le da esa tan merecida paz y tan merecido descanso. Ahora tú, siendo sólo tú, puedes girarte hacia la vida, mirar la vida y hacer algo lindo con la vida, para ti y para todos los que se te confíen.

Gracias por haber venido hasta acá y por regalarme la experiencia de conocerte.
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